AD-ULTERIO
Como muchas, la mía es una ocupación que lo da fácil, pero no a cualquiera. Es en la marcha por las calles que queremos dominar y trastabillando contra las posibilidades de ser "más" que miramos encorvados por la ventana móvil y nos preguntamos si la bonanza se adosa al suelo, o si por el contrario sería más provechoso catar el soplo de las exóticas probabilidades de otros mundos. Así, la naturaleza creativa nos arrastra con frecuencia a elegir, con feliz remordimiento, entre el intrigante bueno por conocer y el seguro malo conocido, cuyo único malo es justamente ser ya conocido.
La rutina de nuestra actividad, por mas coco-chévere, es un incesante déjà vu. Todos recordamos que a principios de la vida creativa todo es rock n' roll, innovación, "finura", aprendizaje, cariño e ilusión, pero con el tiempo llega la ceguera, y con ella el desentendimiento del valor del pasado y el hambre por otro presente, igual pero diferente. Aprender a amar el medio es una larga caminata llena de pan y circo, pero cuando se degusta de lo que está hecho la sustancia creativa es inviable dejar de relamerse el espíritu. Es imposible no enamorarse de aquello que acoge, riega y admira la versión alegre del Herodes que gritaba por putiarse.
Así, un día deserté de todo sin renunciar a nada, tomé mis tres pesos y me enlisté en un viaje persiguiendo la médula de mi olvidada esencia. Con la tripa llena y la cabeza abierta me dispuse a perseguir las perspectivas, a reencontrar ese hibernante ingenio que mi cotidianidad desganaba, a sentir erguido y no a mirar giboso. Si mi vida es como un árbol, llevaría conmigo todo lo que tuviera una raíz firme, dejaría sembradas las mejores semillas, y si alguna vez hubo talento pues pondría a prueba su corteza. Sacudí mis hojas y me eché a andar.
Cambiar es un ejercicio endémicamente creativo e inexorablemente mentiroso. A pesar del apetito por las nuevas y flamantes posibilidades, somos quienes somos y es a través del auto-embuste que nos convencemos de lo contrario para abrirnos a las experiencias; y funciona. Nuestra profesión vigente, fuera de mi utopía, le es fiel a una sarta de hipocresía que desfila sus variopintos atuendos de marca para un medio de mentira en este fascinante mundo porquería. Una farsa nos instruye a saber y aprender a mentir mientras nos pagan y premian por ello. Aprendimos con la experiencia a serle infiel a la realidad y sacar provecho de ello. El creativo es insaciablemente mitómano, soñar e imaginar no es mas que la educada trayectoria de una mentira útil e increíblemente placentera en su camino por convertirse en realidad. Así, diariamente publicistas y diseñadores mentimos sobre la suavidad del papel higiénico, la honestidad el candidato político, el cuerpo perfecto, la "dinamita pura" de unas gafas, la "refrescancia" de una bebida o los bajos intereses de un banco al que "le importa la gente", del común, como el diseñador y el publicista que no creen en bancos.
La infidelidad profesional sería entonces la traición a su saber y su hacer. En mi éxodo he desarrollado la instintiva tendencia a defender estos dos aspectos bajo el título de "aprendizaje", me miento (o no) sobre la importante diferencia entre ver y saber, entre curiosear y revisar, entre conquistar la realidad y seducir la fantasía, entre temer y arriesgar, entre imaginar y cotejar. Al estancar mis antiguas garantías y emigrar a otro escenario he logrado acariciar lo que parecía efímero, llegan nuevas ideas, el pasado cobra valor, se vuelve realidad la fantasía, se desbarajusta la cabeza y sopesa la ignorancia que ahora se abraza porque es la puerta a la confusión. La emocionante confusión. Es en el triángulo invertido del anhelo entre ser, creer y crecer, que hasta el mas trémulo de sus vértices se deslíe ante la fantasía del tener. Es entonces cuando es difícil reconciliar la energía con que empezó este viaje.
El foráneo sentimiento de regeneración creativa es tan intenso como lo fue el saber en su momento. A un par de años en este camino, he aprendido también a dejar pasar el acaloramiento, a echarse agüita y aferrarse a la importancia de lo que me trajo hasta acá, mi pasado. Si de juntar los puntos al mirar atrás se trata entonces somos el resultado de cada etapa vivida, no podemos vivir la patraña del momento sino alimentarnos de el y alojarlo en la mente. Viajé con poco equipaje para volver con sobrepeso. La sensual idea de reinvención debe acotarse entre nuestro pasado y el propósito que nació entonces de conservar la esencia y estrujar las experiencias sin que estas nos transfiguren. Al final, "Gaseosa mata tinto" pero hubo que probar el tinto a para no quedar con sed en pleno verano.
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